La cuna del Caudillo
Hijo del caudillo federal Javier Varela y de Doña Isabel Rearte,
nació en el pueblo de Huaycama, departamento Valle Viejo, provincia de
Catamarca, en 1819. Perteneció a una antigua y distinguida familia del valle
catamarqueño.
Varela pasó los primeros años de su vida con la tradicional
familia Nieva y Castilla, del Hospicio de San Antonio, Piedra Blanca, de la
cual era también pariente.
A los 21 años de edad asistió a la muerte de su padre en el
combate librado el 8 de septiembre de 1840 sobre la margen derecha del Río del
Valle, entre las fuerzas invasoras de Santiago del Estero y las de Catamarca.
Posteriormente radicóse en Guandacol, pueblito riojano recostado
sobre la precordillera de los Andes. Allí se acogió al tutelaje del ´Comandante
Pedro Pascual Castillo, amigo de su padre, con quién visitaría esos lugares en
sus frecuentes viajes con arrias de animales para Chile. Y allí, en Guandacol,
poco despues, formó su hogar con una hija de su protector, Doña Trinidad
Castillo. Se sabe que tuvo varios hijos, entre los que se cuentan Isora, Elmira
Bernarda, Javier. Con su padre político se dedicó, además, al engorde de
hacienda para el ganado Chileno de Huasco y Copiapó. Esos continuos viajes y el
trato con peones y pequeños ganaderos le dieron un amplio conocimiento del
paisano humilde de la región y de los vericuetos de la cordillera que cruzaría
varias veces. Y poco a poco fue acrecentando su prestigio entre la peonada y la
gente del campo
El pueblo interior y las montoneras
A pocos años de la revolución, “el gaucho y su china se vestían ya
con ropa proveniente de Manchester”. Quebrada la estructura productiva del
interior, el hombre sin trabajo, el desocupado, monta a caballo, empuña una
lanza y se coloca detrás de su caudillo para enfrentar la política de los
comerciantes de Buenos Aires; es la montonera, los que pelean en montón, el
pueblo en armas. Esa montonera no se verifica, en cambio, en la provincia de
Buenos Aires, donde los estancieros, aliados de los comerciantes del puerto, hacen
prósperos negocios que les permiten conformar a los gauchos con una política
patriarcal y llevarlos a la lucha, cuando es necesario, como ejercito privado
(Los Colorados del Monte).
La renta aduanera y el desarrollo
En tiempos de Rosas Felipe Varela va madurando, al igual que en la
amplia mayoría del pueblo interior, la posibilidades ciertas de un desarrollo
más justo equilibrado y verdadero, a la vez que la política centralista, ya sea
en manos de los comerciantes de Buenos Aires o de los ganaderos Bonaerenses,
les sigue dando la espalda.
Desvinculado de intereses importadores, Rosas fija impuestos
aduaneros a la mercancia europea aliviando parcial y transitoriamente la
presión porteña sobre el interior. Pero solo la distribución de las rentas de
aduana puede dar las bases para poner en marcha los recursos de las provincias
y sacarlas de su postración y en este aspecto, Rosas es tan inflexible como
Rivadavia o Mitre.
El Chacho y Felipe Varela
Contra esta política se levantarán, como se habían levantado
contra Rivadavia y lo harían más tarde contra Mitre, los pueblos del noroeste,
acaudillados por el Chacho. Tres veces el caudillo riojano saldrá al frente de
sus gauchos para derrocar a Rosas y tres veces derrotado tomará el camino del
exilio. El poderío originado en el control del puerto y la Aduana le permiten a
Rosas controlar las insurrecciones producidas.
La lucha social irresuelta
Nuevamente como en 1810, Buenos Aires pretende sustituir a España
en la dominación colonial sobre el resto del país. El puerto único, el
monopolio de las rentas aduaneras, la federalización de Buenos Aires y la
organización constitucional serán por unas décadas más el eje alrededor del
cual proseguirá la lucha social. Y en ella entrará a jugar muy pronto un rol
importantísimo ese montonero tan zaherido y denigrado que se llama Felipe
Varela.
El país en tiempos de Mitre
El ideal de la oligarquía portuaria va en vías de realizarse; “el
país” será el litoral pampeano y crecerá hacia afuera, será “europeo” y
renegará de su condición latinoamericana, producirá materias primas e importará
manufacturas; en fin será una semicolonia inglesa “civilizada”.
La guerra al Paraguay, el desencadenante del levantamiento
Tras la categórica derrota en Curupaytí, las sombras del desprestigio
acababan de abatirse sobre Mitre. La derrota repercute en Buenos Aires. Varios
intelectuales, denominados traidores por la prensa Mitrista , escriben
violentos artículos en favor del Paraguay, contra la guerra y contra el Imperio
del Brasil. Fueron Miguel Navarro Viola, José y Rafael Hernández, Carlos Guido
Spano, Aurelio Palacios, etc. También se nuclearon alrededor de algunas
sociedades. La Unión Americana , entre otras.
Pero la verdadera apertura del frente interno, la que más habría
de convulsionar la estrategia de Mitre, estalló en las provincias del oeste y
norte del país. Estos territorios, que habían gozado durante largo tiempo de
los beneficios de sus nacientes industrias, acabaron siendo asolados por la
política librecambista de Buenos Aires. Suprimidas las aduanas interiores,
imposibilitados de competir con las mercancías que el puerto dejaba pasar, su
futuro se les presentaba como un largo e inacabado estancamiento. Eligieron
entonces su única posibilidad: elaborar un proyecto político absolutamente
opuesto al del mitrismo y lanzarse a un enfrentamiento total.
El estallido revolucionario se produce inicialmente en las
provincias de Cuyo. Carlos Juan Rodríguez, un puntano que acaba de padecer seis
anos de cárcel por haber sido senador al Congreso de la Confederación en
Paraná, se pone al frente del movimiento. En Buenos Aires saben perfectamente
como definirlos: son salteadores -dicen-, vulgares delincuentes. Casi por
descuido, les conceden a veces títulos mas importantes: el de traidores a la patria,
por ejemplo.
Mitre no tiene alternativa: detenida la guerra por el desastre de
Curupaytí, debe regresar del frente con todo un ejército para sofocar el
levantamiento del Interior. Paunero, Paz, Elizalde y otros se lo habían
solicitado insistentemente: la situación era grave. Impopular en las
provincias, la guerra del Paraguay era considerada un asunto exclusivo de
Buenos Aires. Batallones enteros de milicias se sublevaban e iban a reunirse
con los caudillos mediterráneos. Mitre, entre tanto, hilvanaba algunas
reflexiones: "si casi todos los contingentes incompletos de las provincias
no se hubiesen sublevado (...), si una opinión simpática al enemigo no hubiese
alentado la traición (... ) quién duda que la guerra estaría terminada ya?
(...) Por lo que respecta a los desordenes de las provincias obedecen a las
mismas tendencias”. El pronóstico de estar en tres meses en la Asunción, tan
magníficamente altivo, tan entrador para los sueños de gloria de los jóvenes
porteños, se revelaba ahora como una frase hueca, apresurada y torpe.
El Caudillo entra en la gran escena
En diciembre de 1866, un oficial de la Confederación urquicista,
uno de los hombres que mas intensamente ha luchado por continuar la empresa
detenida en Pavón, un lugarteniente de Peñaloza, un soldado que ya ha guerreado
en Lomas Blancas y en Las Playas (1863) contra las tropas de Sandes y Paunero,
un político que ha escrito cartas a Urquiza, un exiliado, un perseguido, cruza
la cordillera de los Andes con muy pocos hombres y escaso armamento. Es el
coronel Felipe Varela y acaba de lanzar una proclama a sus compatriotas.
“¡Soldados federales! -dice Varela en su Proclama- nuestro
programa es la práctica estricta de la Constitución jurada, el orden común, la
paz y la amistad con el Paraguay, y la unión con las demás Repúblicas
Americanas. ¡¡Ay de aquel que infrinja este programa!!" Define también la
situación de los hombres del Interior frente a Buenos Aires: "Ser porteño
es ser ciudadano exclusivista: y ser provinciano, es ser mendigo sin patria,
sin libertad, sin derecho". Denuncia la política económica del
liberalismo: "Nuestra Nación, tan feliz en antecedentes, tan grande en
poder, tan rica en porvenir, tan engalanada en glorias, ha sido humillada como
una esclava, quedando empeñada en mas de cien millones de fuertes, y
comprometido su alto nombre a la vez que sus grandes destinos". Y señala
un culpable: "Esta es la política del Gobierno Mitre".
Caudillo del más grande Movimiento Popular del Noroeste
El 9 de noviembre estalla en Mendoza “la revolución de los
colorados”, cuyo jefe político es el Dr. Carlos Juan Rodríguez, amigo de Varela
y cuyo jefe militar es Juan de Dios Videla.
Todo Cuyo está pronto en manos de la montonera, cuyo emblema es la
divisa punzó, federal provinciana.
Pocos días más tarde de estallar en Mendoza “la revolución de los
colorados”, el caudillo catamarqueño cruza la cordillera de los Andes con un
grupo reducido de hombres, pero ya en suelo montonero, las fuerzas de Felipe
Varela se elevan a casi 5.000 hombres: el ejercito más numeroso que jamás haya
pasado por esa región. Aunque era una fuerza de origen colectivo, disponía el
caudillo de los dos fogueados batallones de Medina y caballearía con buena
disposición para la pelea. Tenia tres cañones y a su lado cabalgaban todos los
antiguos lugartenientes del Chacho; Severo Chumbita, Carlos Ángel, Santos
Guayama, Sebastián Elizondo, Pablo Ontiveros, todos gauchos de entero corazón y
probado coraje. En tres meses había logrado el Caudillo montar un verdadero
ejército, demostrando su capacidad organizativa y sus reales condiciones de
jefe.
La muerte del Caudillo
El 12 de enero de 1869 las fuerzas centralistas al mando de Pedro
Corvalán derrotan al caudillo en Salinas de Pastos Grandes, Salta, obligandolo
a replegarse a Antofagasta. Dominado por el dolor de la impotencia, con la
fiebre que lo abraza, Varela va al tranco acompañado de unos pocos hombres
camino a Potosí.
Otra vez la disparidad de fuerzas, otra vez el poder económico de
Buenos Aires, otra vez la derrota...
Así epilogó la revolución de Felipe Varela, empresa
político-militar con ribetes de epopeya que pretendió cambiar el destino social
y económico de nuestros pueblos retomando las bandera de Unidad Americana
levantadas en todo el continente a comienzos del siglo XIX.
Iniciada el 6 de diciembre de 1866 con la vibrante Proclama
lanzada desde el corazón de lo Andes. Ella experimento las más variadas
alternativas en un tramite sacrificado y heroico de un año de duración.
Felipe Varela estuvo siempre dispuesto a empezar de nuevo desde la
sima de sus derrotas. En esto fue consecuente con el ejemplo del Chacho, su
antiguo jefe. Pero ese 12 de enero de 1869, en Pastos Grandes, sus esperanzas
de una restauración federal con visión americanista se esfumaron para siempre.
Y como la muerte épica no vino en su ayuda, sus días postreros transcurrieron
en el exilio, consumidos por la miseria y la tisis.
FUENTE:
AGRUPACIÓN FELIPE VARELA
AGRUPACIÓN FELIPE VARELA
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